viernes, marzo 03, 2006

Cien años de huachafería

En 1905, Cloamón -seudónimo de Manuel de la Moncloa y Covarrubias- publicó Las Cojinovas. Esta novela casi olvidada marcó el nacimiento de uno de los temas más constantes en la literatura peruana.

Por aquellos años el estereotipo de la huachafa era tan reciente que ni existía la palabra. Cloamón, conocido en la época como dramaturgo, tuvo que subtitular a Las Cojinovas como Costumbres cursis limeñas.
Los personajes principales de la novela, dos hijas y su madre, se caracterizaban por su arribismo y escaso buen gusto. A pesar de que el camino que trazara Cloamón posee ramificaciones que llegan a escritores como Manuel Beingolea, José Diez Canseco o Mario Vargas Llosa, nadie en 2005 recordó el siglo que cumplía la huachafa en nuestras letras.
Las Cojinovas sólo fue el punto de partida para que otros autores surgidos a inicios del 900 se aventuraran con el tema. Algunos de los que destacaron en este tópico son Manuel Beingolea con Bajo las lilas (1923), José Diez Canseco con Las Urrutia (1974) y Fausto Gastañeta con la serie costumbrista Doña Caro, vida y milagros [1].

Sabor nacional
Pero para tratar el tema de las huachafas, hay que entender primero lo que es la huachafería. Mario Vargas Llosa la define con ironía como parte de nuestra identidad. El novelista arequipeño habla con conocimiento de causa., ya que en sus primeros libros abundan personajes que reflejan esa evolución de la huachafa que es la maroca.
"Huachafería es un peruanismo que en los vocabularios empobrecen describiéndolo como sinónimo de cursi. En verdad, es algo más sutil y complejo, una de las contribuciones del Perú a la experiencia universal; quien la desdeña o malentiende queda confundido respecto a lo que es este país, a la psicología y cultura de un sector importante, acaso mayoritario de los peruanos. Porque la huachafería es una visión del mundo a la vez que una estética, una manera de sentir, pensar, gozar, expresarse y juzgar a los demás", señaló el autor de La tía Julia y el escribidor en un recordado artículo de hace veinte años [2].
Este carácter tan arraigado en la forma de ser nacional lo percibieron desde temprano los visitantes a nuestro país. Por ejemplo, el periodista boliviano Gustavo Adolfo Otero señalaba en 1920 que Lima parecía dividirse entre los aristócratas y los huachafos [3]. Sin embargo, percibía que al final todos los limeños eran en el fondo huachafos, pues "cada persona tiene a quien huachafear, y todos son unos de otros sus respectivos huachafos" (107).
Hay cierto consenso en calificar a la huachafería como el mal gusto de gente que, dependiendo de cómo se mire, es arribista o tiene ánimo de superación. En palabras de Maruja Barrig [4], como huachafo no sólo se indica a quien presume de una situación social o económica que no tiene, sino que, además, aspira a tenerla. La crítica a la movilidad social es difícil de ocultar.
La misma Barrig explica la existencia del concepto de huachafería por "la atrofia de los canales de ascenso social, lo inconmovible de los segmentos sociales que pueden estar entendidos en la noción de 'clase' y sus matices étnicos lingüísticos y culturales" (76). Achaca, además, su constancia a las formas sociales de la clase dominante y de quienes la rondan.
Sin dejar de reconocer el matiz clasista que el uso del término tiene, huachafo en el Perú puede ser desde la persona más encumbrada hasta el más humilde. El empleo del término no es privativo del sector más favorecido de la sociedad. Es más, muchos barajan la teoría de que el creador del adjetivo es Jorge Miota, un periodista que difícilmente puede ser calificado de aristócrata. Pero algo tendrá este oficio para que la más interesante creación de este género, Doña Caro, vida y milagros, se haya producido en las páginas de revistas y diarios, a la manera del folletín.

La abuela de la China Tudela
Varios estudiosos que han tocado el tema de la huachafa desde el ángulo literario como Luis Alberto Sánchez indican a la serie de Fausto Gastañeta como su paradigma. Publicada irregularmente en varios medios de prensa de la época, no se conoce ninguna edición recopilatoria de Doña Caro, vida y milagros. Es más, el propio autor sólo tiene en su haber un libro en el que se recogía una selección de sus artículos de opinión [5].
En esta serie costumbrista se reúnen varios de los estereotipos que caracterizan al género. Para empezar, las protagonistas forman una familia en la que falta el padre. Recordando sólo las obras que ya se han citado, este rasgo se reitera en Las Cojinovas y de forma similar en Bajo las lilas, donde el progenitor que falta es la madre.
Para escándalo de la sociedad machista del 900, doña Caro y sus hijas Zoraida y Etelvina laboraban como costureras para poder vivir y darse sus gustos. Cosa curiosa, su hijo Gregorio, personaje secundario y de aparición esporádica, nunca trabajó, pero era frecuentador del Palais Concert.
Otra característica de la serie es hacer referencia constante a los lugares de moda y a los personajes públicos del momento. Gastañeta no se escapa, por ejemplo, de ese afán por retratar las excursiones a los balnearios más populares. Tema, dicho sea de paso, que ha generado novelas desde casi la misma época que las huachafas [6].
Doña Caro comparte esta última propiedad -mezclar la realidad con la ficción- con otro producto de la prensa escrita contemporánea: la China Tudela de Rafo León. Las quejas y puyas a los jefes de los medios donde publican, los personajes públicos que intervienen en la ficción y la referencia a hechos y lugares conocidos es moneda corriente en las dos creaciones. Comparando ambas obras, se puede decir que Doña Caro, vida y milagros era una suerte de China Tudela al revés de la República Aristocrática, una especie de abuela pobre de la pituca más conocida del periodismo nacional.
Tanto en una como en otra serie se critican modelos de conducta sociales de la época. La diferencia estriba en cómo se hace esto. En un caso se hace escarnio de lo cursi a través de la misma protagonista, doña Caro; en el otro se utilizan los personajes que se le cruzan a Lorena Tudela Loveday, más conocida como China Tudela. Cabe preguntarse si este empeño en usar los dos apellidos del personaje de León no sería un ejemplo de la huachafería de esta digna nieta.
Mencionábamos que ambas creaciones se emparentaban en el uso de personajes públicos reales en sus respectivas tramas. Pero los juegos textuales no se quedan allí. Existen un par de entrevistas a la China Tudela en la que el personaje opaca a su autor, Rafo León. Es más, en una de ellas afirma que él es una creación de ella [7].
Doña Caro no se queda atrás. De su universo ficcional surgen misivas a los medios donde trabaja, cartas aclaratorias de la aludida y, en un juego lindante con la esquizofrenia, unas terceras negando la veracidad de las anteriores. Encima, doña Caro ha protagonizado algún escándalo en las páginas de policiales. Que se sepa, esta paradigmática huachafa no ha sido entrevistada. En compensación, el personaje ha escapado de la pluma de Fausto Gastañeta para ser retratada por Clemente Palma y por Eudocio Carrera Vergara [8].

El gusto de los demás
Luis Loayza señala que "varios autores costumbristas se han extasiado entre las sutilezas que encierran las palabras huachafo, huachafa, huachafería y una colección de estas páginas formaría un volumen de pésima literatura" [9]. No obstante, si intentásemos hacer una genealogía de la huachafa, ésta sería la madre o abuela de las marocas de Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique. Hasta la contemporánea "jugadora" podría tener su lugar en una foto familiar. Mucha repercusión ha tenido el tema para rehusarle el título de literatura y encima calificarla de pésima.
La huachafa y la huachafería son motivos que mutan y se mantienen en la literatura peruana hasta en los autores más jóvenes. Para prueba, está la sátira de la relación jefe-secretaria tan presente en varios textos de Santiago Roncagliolo. La influencia del tópico en las letras peruanas no se puede negar, a pesar de la fuerte carga clasista que contiene.
La pregunta que surge al observar la terca permanencia del tópico es por qué se da ésta. Acaso significa que los mecanismos de exclusión y movilidad social siguen siendo los mismos un siglo después de que Cloamón diera a imprenta Las Cojinovas. Viendo un poco el contexto en que surge el tópico se puede encontrar con detalles que generan más interrogantes. Por ejemplo, las caricaturas que acompañan a doña Caro [10] presentan a unos personajes de facciones neutras. En esa misma época se empezaba a poner en boga la reivindicación del indio. Entonces, ¿a qué clase de obra nos enfrentamos? ¿Es que los indios y mestizos no tenían cabida a principios del siglo XX ni para ser huachafos? ¿O es que los huachafos son sólo los criollos venidos a menos?
Reparos al género se pueden hacer a cantidad. Pero al igual que las críticas, también se debe reconocer a la huachafa y a la huachafería que sus características y su persistencia en el tiempo revelan muchos aspectos de nuestra sociedad. Ya que los cien años de esta institución del ser nacional pasaron sin pena ni gloria, esperemos que para el bicentenario se festeje con toda la pompa que la ocasión merece.

Notas

[1] Se tiene documentada su publicación esporádica en las revistas Mundial, Variedades y el diario El Comercio hasta sugerentemente el final del oncenio.
[2] "Un champancito, hermanito". Publicado en El Comercio, Lima, 28 de agosto de 1983.
[3] El Perú que yo he visto. Publicado bajo el seudónimo de Nolo Báez. La Paz, Bolivia, 1926.
[4] "Pitucas y marocas en la nueva narrativa peruana". Hueso Húmero Nº 9. Abril-junio 1981.
[5] Artículos inéditos de Káskaras (Lima, sin fecha).
[6] Uno de los casos más antiguos es Cartas a una turista (Lima, 1905) de Enrique A. Carrillo, "Cabotín", en el que se describía Chorrillos.
[7] "O Sea, ¡El Milenio! La China Tudela y el 2000". Entrevista de Teresina Muñoz-Nájar. Caretas Nº 1597. Lima, 9 de diciembre de 1999.
[8] El primero firmaba con el seudónimo de Apapucio Corrales unas crónicas, aparecidas en la revista Variedades, en las que en un par de ocasiones aparece Doña Caro. Lo mismo sucede con la serie de Eudocio Carrera Vergara cuyo personaje principal es el doctor Copaiba, que fue recopilada en Lima criolla del 1900 (Lima, 1957).
[9] "Costumbristas y huachafos". Hueso Húmero, ibídem.
[10] Algunas de ellas son de autoría de Jorge Vinatea Reinoso.

Publicado en el suplemento identidades del diario El Peruano el lunes 20 de febrero de 2006

1 comentario:

Cesar dijo...

Interesante reflexion sobre lo huachafo,que tambien tiene sus manifestaciones en la literatura,no solo como personajes o comentarios sobre el tema,tambien en el estilo.
Cabe mencionar,sobre el tema un ensayo de Willy Pinto Gamboa ,"Enves y reflexion de lo huachafo",donde se menciona tambien a Miota como creador
del termino.Hace crueles descripciones del huachafo como:Estrena zapatos por fiestas patrias o :"En amores en ventanero.