jueves, diciembre 26, 2019

Apuntes a Metamemorias de Alan García

"Nuestra política es un cementerio de juramentos traicionados" (pg 472)


En estos días de recuentos sobre lo publicado en el 2019 y aún semanas antes, he leído burlas y desprecio a este libro, Metamemorias de Alan García. Muchas veces de personas que, se notaba, solo habían leído un par de páginas, y a veces ni eso. 

Otros sí se dieron el trabajo y criticaron lo que creían justo criticar. Por ejemplo, César Hildebrandt con una puntillosa lista de desacuerdos en el punto de vista de lo narrado.

Por otra parte, analistas políticos tuvieron una lectura más calma y objetiva. Recuerdo una columna de Mirko Lauer que narraba lo raro de las memorias de nuestros gobernantes.

Siendo Alan García actor político gravitante en nuestro país por cuatro décadas, es tarea difícil para muchos poder evitar denostar de la persona antes de leer su última entrega.

Pero su libro es muy distinto a como en el imaginario de sus detractores se ha concebido. 

Empecemos por lo obvio. Estas memorias - como todas - es un esfuerzo para grabar la imagen con la que quiere se le recuerde. Para sorpresa de sus opositores, no es una auto hagiografía. Son numerosas las autocríticas - estatización de la banca, última candidatura, generación de colas en el primer gobierno, etc. Tampoco es una auto flagelación, pero de haber autocrítica, la hay.

Pero hay dos características que el autor reclama para sí: ser "hombre de partido" y su condición de intelectual.

Sobre esto último, me parece mezquino que se le nieguen méritos a quien manejó tantas referencias bien articuladas para este libro. Sus análisis políticos de diferentes épocas y lugares, para un lego como yo, me parecieron didácticas y apropiadas.

No me voy a explayar sobre sus gobiernos, de los que le hemos oído hablar y defenderlos durante años. Cada uno ya tendrá su opinión formada.

Pero sí quiero hablar de la otra característica que reclama para sí: ser "hombre de partido", incluso desde la cuna.

El Apra es el único partido casi centenario que tenemos en el Perú. Aún si uno es contrario a él, es valioso para entender el país intentar comprenderlo. Las explicaciones que da sobre la suerte aciaga de Haya de la Torre en conseguir el poder, la mecánica del partido, la personalidad de la colectividad aprista desde los tiempos de la revuelta de Trujillo, son parte de nuestro bagaje como nación. Deben ser pocas las familias peruanas sin algún aprista o simpatizante aprista en su genealogía.

Negarnos a explorar ese lado de la peruanidad, a comprenderlo, es perder parte de nuestra identidad. La escena en que narra sobre el recibimiento del automovilista Arnaldo Alvarado, participante en una carrera y a la sazón compañero, en Camaná, por parte de la militancia aprista, es parte de esa historia que se ha ido escamoteando de los libros y que bien se haría en recordar.

No quiero cerrar estos apuntes sin comentar unas páginas que me llamaron la atención. Son las dedicadas a la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Aparte de criticar sus cifras - números que cuestionó antes en tiempo real y con bastante sistematicidad Silvio Rendón, quien dudo sea aprista - García hizo un apunte con el que coincido. Siendo un partido que sufrió más de 1200 víctimas en el periodo de violencia, pudo merecer un lugar entre los comisionados o tener algún representante.

PD: Vargas Llosa y Alan García
Las memorias son, en muchas ocasiones, ajustes de cuentas entre rivales o competidores. Hace poco se publicaron las de Fernando de Szyszlo, generando polémica entre algunos de sus colegas, por ejemplo. Esta obra del presidente aprista no se queda a la saga.

Tiene buenas puyas para sus eventuales contendores, aunque es ciertamente cortés con algunos adversarios: Belaunde, la dirigencia de Patria Roja, Alfonso Barrantes. Sin embargo, su técnica repetida es la del ninguneo. Hay una excepción: Mario Vargas Llosa.

Recordemos que el Nobel escribió en El pez en el agua su fallida aventura electoral. Su Bestia Negra en aquella ocasión fue el líder aprista, a quien le dedicó párrafos no muy halagadores. 

En Metamemorias relata el interés de Belaunde por usar de delfín al narrador, así como varias anécdotas más. Las puyas no son ajenas a ese trato con el novelista. Pero tal vez la mejor es cuando García hace un recuento de los mejores conversadores con los que se había topado. Incluye a Mario Vargas Llosa, "cuando no habla de política".

No hay comentarios.: