Viñeta del libro Rupay de Alfredo Villar y Jesús Cossio |
Desde hace un tiempo, se ha dado una especie de paranoia en el Perú. Hay un grupo de palabras con la misma raíz que están prohibidas de ser usadas: terrorista, terrorismo, terruco.
El que las emplee corre el riesgo de ser llamado racista, fascista, clasista o cualquier calificativo de esa índole. El empleo de estas palabras tabús es calificado de terruqueo.
Lo digo porque leo a varios amigos, conocidos y personas relacionadas a la cultura, cada vez con mayor frecuencia, caer en este sofisma.
Un buen pata recomendaba en sus redes sociales un artículo de Gerardo Saravia en Ideele, y refería que vivíamos en una época de terruqueo para llamar la atención.
Me ganó la curiosidad y leí la columna de Saravia.
Era un comentario sobre una novela sobre la época del terrorismo que acaba de ser publicada.
En el texto se destacan algunos aspectos formales del libro que, como no lo he leído, no podría opinar.
Sin embargo, tocó algunos temas que me llamaron la atención. El principal: que se afirmara que la versión de los subversivos no se conociera, que se les estigmatizara y no se contara sus motivaciones.
Según Saravia, la mirada dominante es la que deshumaniza a los terroristas de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Pero no lo dice exactamente así.
Él evita con mucho cuidado decir las palabras tabús. No habla de terroristas sino de combatientes o cualquier eufemismo similar.
Allí está una de las consecuencias de la campaña contra el terruqueo: por arte de magia, desaparecen los terroristas.
Pero no, no es cierto en realidad. Allí están, siguen allí, solo que con otro nombre.
Detrás del terruqueo
¿Cómo les diríamos a los encargados de dar los tiros de gracias en los asesinatos selectivos? ¿Qué palabra describiría a quienes diseñaron y dirigieron tantos atentados que afectaron al país? ¿Qué término quieren que usemos para los sanguinarios culpables de la masacre de Lucanamarca? ¿Cómo quieren que llame a los asesinos de los al menos 1214 de mis compañeros apristas?
Lo pregunto porque pertenezco a una colectividad, los militantes apristas, que sufrió el ensañamiento de los grupos terroristas Sendero Luminoso y MRTA.
Entiendo el pedido de Saravia de dar voz a los diferentes actores de lo que él llama asépticamente conflicto armado interno y que otros identificamos como la época del terrorismo. Pero se equivoca en decir que la visión de los subversivos es ignorada o silenciada.
Solo en el cine comercial que él menciona se encuentran un buen número de casos en que se intenta salir de la dicotomía que plantea Saravia de "el estereotipo del sujeto desalmado" en contraposición de "militante heroico, indoblegable ante las fuerzas del Estado". "En ambos casos cuesta reconocer al humano cotidiano y sus vicisitudes", dice.
Pero uno ve La última tarde de Joel Calero, por poner un ejemplo de una película lograda que me agrada, y descubre que lo que dice Saravia no es cierto, o al menos no es exacto.
Por coincidencia, en estos meses estuve leyendo memorias sobre esa época trágica para nuestro país.
Algunos títulos que me vienen a la mente: Las chekas de Lima de Víctor de la Torre, sobre el secuestro que padeciera su padre - homónimo suyo - a manos del MRTA; Los rendidos de José Carlos Agüero, donde reflexiona sobre su condición de hijo de dos senderistas; De silencios y otros ruidos de Rafael Salgado, sobre su experiencia de hijo de un emerretista; Rehén por siempre de Luis Giampietri, acerca de su experiencia como secuestrado en la casa del embajador de Japón, Chavín de Huantar. El legado de César Astudillo, sobre la operación de rescate de los secuestrados de la embajada.
Seguro me olvido algún título más que he leído recientemente. Pero lo que noto es que hay variedad de testimonios.
Otro hecho que noto, es que mayor atención mediática y académica reciben los libros que tratan de ese espectro que Saravia dice que se invisibiliza. Estoy seguro que muchos más artículos y comentarios ha recibido el libro de Agüero que el de de la Torre, por ejemplo.
Incluso en libros como el de Giampietri, quien con todo derecho podría descalificar a sus secuestradores y pintarlos de forma estereotipada, hay pinceladas en que habla de las motivaciones mundanas de los terroristas del MRTA. Por ejemplo, uno anhelaba, con el dinero del posible rescate, poner una bodeguita.
Campaña de censuraA esto se suma una campañita que ha reclutado a gente de letras y periodistas, organizada por una ONG, que piden no caer en lo que ellos llaman "terruqueo", porque es anular políticamente a ciertas personas racializadas.
Pero aquí hay una trampa. A María Elena Moyano, para no mencionar un caso de mi partido, ¿no se le "anuló" políticamente cuando la dinamitaron? ¿No se está invirtiendo la lógica que debería primar? ¿No condenamos a los terroristas y sus actos, sino que se les diga terroristas?
Claro que me opongo que a cualquier protesta se le estigmatice con el mote de terrorista. Pero negar el actuar terrorista de algunos infiltrados en ellas es de una ceguera que recuerda cuando se minimizaba a la subversión calificándolos de abigeos.
Es más, me recuerda a la novela de George Orwell 1984, en que se impone la neolengua para alterar la percepción de la realidad. Por borrar la palabra terrorista del diccionario, no se logrará desaparecer el dolor que causaron los senderistas y emerretistas.
Pero démosle una vuelta al asunto. No solo se nos quiere prohibir una palabra, sino el estigmatizar la memoria. 1214 apristas muertos por los terroristas. Pero de ellos nos están vetando hablar. O de los asesinatos a la población LGTB cometidos por el MRTA. No existen. No se le puede decir terrorista al terrorista.
En medios apristas se ha acuñado un ingenioso término para estas personas que no quieren que se mencione la palabra terrorista ni ninguno de sus derivados: protuco.
"Al desaparecer el verdugo, desaparece la víctima", parece que es el razonamiento de quienes quieren prohibirnos hablar de terrorismo y de sus asesinados. Pero qué hacemos con sus deudos, con sus familiares, con quienes lloran la ausencia de un hermano, un padre, una madre, un hijo.
Esa campañita contra el terruqueo es solo la imposición de la amnesia, de la memoria selectiva. Es, en suma, censura.
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