lunes, septiembre 02, 2024

El militar bueno: una reivindicación inesperada en la película Tatuajes en la memoria de Lucho Llosa

Tatuajes en la memoria es la versión cinematográfica de Memorias de un soldado desconocido de Lurgio Gavilán, dirigida por Lucho Llosa y que está en estos días en cartelera.

La historia, como muchos recordarán, es cómo un niño, el propio Gavilán, se enrola en Sendero Luminoso para seguir a su hermano. Y cómo, tiempo después, es salvado de ser ajusticiado por ronderos por un oficial del Ejército del Perú. 

Luego, ese niño ya adolescente sirve al país como soldado, y más tarde, se vuelve sacerdote. 

Me ha sorprendido - o tal vez no tanto - la reacción negativa que ha generado en algunos comentaristas habituales de cine.

Entiendo, y comparto, algunos reparos formales: detalles como el nudo inmóvil de una horca, una que otra actuación que no encaja con el tono de las demás, problemas con la cronología de la narración.

Incluso, las contadas veces que se usa la voz en off me parece innecesaria.

Pero lo que se aprecia en la sala de cine es una película de buena factura, que juega con los tiempos. 

El protagonista, mostrado como un joven, viaja a su pueblo natal y no puede dejar de recordar. El relato está sazonado de flashbacks que se repiten una y otra vez. Incluso, lo primero que sabemos del protagonista, es una pesadilla con imágenes cortas y sangrientas de su experiencia.

Pero no creo que sean estos detalles los que molesten a los habituales cinemeros, sino un motivo que casi no es cinematográfico, sino ideológico: la aparición del militar bueno.

Shogún, el héroe incómodo

Quienes han leído el libro o han visto la película recordarán al teniente Shogún, ese oficial anónimo que salvó la vida a un niño metido de terrorista.

No quiero spoilear más la película para que cada quién saque sus propias conclusiones.

Sin embargo, creo que la clave de la historia está en la primera charla que tiene Shogún con el menor levado por los senderistas.

En esa conversación, casi un monólogo, dice unas cuantas frases que nos dan otra perspectiva de la época de la violencia terrorista, que algunos se empecina en llamar "conflicto armado interno".

El oficial dice que ninguna de esas muertes violentas que vio el pequeño Lurgio hubieran sucedido si Sendero Luminoso no se levantaba, y que no habían conseguido nada.

En su casi monólogo, Shogún agrega que personas como el niño al que le está hablando son en realidad víctimas engañadas.

Esa descripción de los hechos, en las que se subraya la culpa de Sendero Luminoso en el baño de sangre al que nos empujó, es muy poco frecuente en la cinematografía peruana. 

Hago memoria y recuerdo Vidas paralelas de Rocío Lladó. También sufrió críticas feroces en su momento por dar una versión favorable a las Fuerzas Armadas. Y también es cierto que tenía algunas fallas en la puesta en escena, fallas que no tiene Tatuajes en la memoria.

Después, no recuerdo retratos de militares que se hayan comportado con rectitud en zonas de emergencia. Siempre tenían una mancha, por lo menos.

Sobre policías tenemos La hora final de Eduardo Mendoza, basada en el libro de Carlos Paredes sobre la captura de Abimael Guzmán o el documental Con el alma en vilo de Luis Enrique Cam sobre desactivadores de bombas.

Pero de militares, que hayan luchado dentro de la legalidad contra la subversión, no se me viene un nombre más de película que llegara a estreno comercial a la mente.

Tal vez se me ha pasado algún título. Pero igual, el "militar bueno" es el caso marginal de nuestra filmografía.

Y no porque no haya existido en la vida real - el caso de Shogún es un ejemplo - sino por otras motivaciones.

Vale recordar que esta película fue rechazada cuatro veces de recibir los estímulos económicos que concede el Estado para promocionar el cine nacional. Y con guion de Mario Vargas Llosa, en la que tal vez sea su última obra de ficción. 

Estímulos que sí se concedieron para hacer una apología, casi hagiografía, de un militar: el tirano Juan Velasco Alvarado. 

Habría que replantear cómo se conceden estos estímulos, rotar más a los jurados y que estos representen diferentes formas de pensar, para que las películas apoyadas no sean una cancina repetición de prejuicios.

Sea como fuere, allí nos dejó Lucho Llosa el retrato de Shogún, en recuerdo de aquellos militares correctos e idealistas que combatieron a esas hordas cobardes, fanáticas y sanguinarias de Sendero Luminoso y MRTA.





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