En la Semana Santa de 2000, coincidiendo con los comicios presidenciales, un asesino en serie empieza a hacer de las suyas en Ayacucho. Las autoridades son indiferentes y sólo piensan en las ganancias que les dará el turismo durante el feriado y en no generar escándalos durante la época electoral. El único que parece querer enfrentar el problema es un oscuro funcionario, el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar. Al hacerlo, revive la pesadilla que fue el conflicto interno para esta ciudad andina.
Este es en resumen la trama de la novela Abril rojo, de Santiago Roncagliolo. Como se puede prever, el libro sigue los patrones de un policial, pero ambientado en un lugar y un momento muy significativos para la historia contemporánea del Perú: Ayacucho durante los estertores del régimen fujimorista.
Al igual que sucede con los modelos norteamericanos de la novela negra, tenemos aquí a un protagonista empujado por razones personales a explorar el lado oculto de la sociedad. El cuarentón y mediocre fiscal Chacaltana, más por apego a los reglamentos que por celo moral, se obsesiona con un caso, un misterioso y sangriento homicidio.
Dicho sea de paso, la construcción de este personaje es uno de los aciertos del libro. Roncagliolo logra hacer de él un ser verosímil. Ello lo hace a pesar de retratarlo con una ingenuidad que por momentos peca de exagerada. La bondad y falta de malicia del burócrata resultan algo extrañas en el medio laboral donde se desenvuelve, aunque resultan funcionales para el desarrollo de la historia.
En la figura del fiscal Chacaltana se unen de manera compleja dos tradiciones. Por un lado, es el típico detective occidental, quien basa su trabajo en hechos concretos. Por otra parte, vive inmerso en un mundo mágico donde es posible hablar con la madre muerta. Ambos acervos se hacen presentes también en los demás personajes principales.
Pero ese no es el único logro de Abril rojo. El libro es para su autor un avance respecto a su anterior título, Pudor. En esta nueva novela se mantiene la virtud de una narración fluida y ágil. Ayuda a ello el intercalar a la narración principal la aparición de los informes del fiscal Chacaltana y unos raros textos narrados desde un punto de vista distinto al occidental.
Además, en esta obra, a diferencia de la anterior, el universo que recrea el autor es más complejo y evita mejor los estereotipos. Alguna crítica apuntó que en la novela precedente de Roncagliolo se volvían consumibles y divertidos los prejuicios de la clase media. Sin embargo, en esta entrega se incurre en muy contados casos en la caricatura: la ineptitud de las autoridades provincianas, lo ladino de los comerciantes, entre otros. Además, los personajes y situaciones descritos trascienden la visión limeña acerca de la vida del interior del país.
En este sentido, es un acierto que se evite dar un juicio de valor sobre los actores de la guerra interna. El fiscal Chacaltana, punto de vista principal en la historia, tiene sentimientos encontrados al enfrentarse a terroristas o a militares culpables de violación de derechos humanos. Su posición frente a los dos extremos oscila entre la admiración y el desprecio, el temor y la compasión.
Roncagliolo hace un esfuerzo por presentar a senderistas, militares, víctimas y policías como seres humanos. No hace un retrato maniqueo de ellos. Inclusive el héroe de la historia abandona en las últimas páginas su exasperante bondad para mostrar un lado turbio insinuado desde el inicio. Siguiendo esta línea, hay que mencionar a un personaje que se mantiene casi inmaculado a lo largo de la obra: la joven mesera Edith. Es difícil no ver en ella y en los cuestionamientos y dudas que genera en el fiscal Chacaltana una referencia a su desaparecida tocaya: Edith Lagos.
El principal reparo para esta novela es el final. Más allá de que puede ser previsible o no la identidad del asesino en serie, lo que sí es casi inverosímil es el desenlace. La discusión entre perseguidor y perseguido se percibe por momentos impostada. Algunas de las revelaciones no están lo suficientemente sugeridas en el libro. Por ejemplo, el deterioro mental del homicida o la trágica infancia del protagonista.
Pero estos detalles son menores ante el resultado de la obra. Como se ha apuntado líneas arriba, este título es un avance para Roncagliolo, mostrándolo como un escritor más cuajado. Abril rojo es un buen aporte a la larga lista de libros que han tratado desde 1980 el tema del conflicto interno en el Perú.
Ficha técnica
Abril rojo. Santiago Roncagliolo. Lima, Alfaguara, 2006.
(Publicado en el suplemento identidades del 8 de mayo)
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