domingo, diciembre 09, 2007

Dios es judeoperuano


Isaac Goldemberg acaba de publicar el poemario El libro de las transformaciones. En él explora su relación con Dios y vuelve a tratar el tema del desarraigo. Esta es la versión sin editar de la entrevista que le hice para El Peruano.


Antes, una curiosidad. Noté que en el poema «Umbilucus Mundi» escribes dios con minúscula, a diferencia del resto de poemas en que usas esta palabra. ¿Cuál es la causa de esta diferencia?
Además de «Umbilicus Mundi», hay otro poema en el libro donde dios aparece también con minúscula y esto se debe a que ese «dios» aparece como algo genérico, es decir, no como un «Dios» específico, propio de una religión o de una creencia en particular. Al poner «Dios» con mayúscula, lo que busco es que el lector o el oyente del poema se remita inmediatamente a la idea de su «Dios» -en el caso de que sea creyente- o a la idea general que todos tenemos de «Dios», aunque no creamos en la existencia de un ser divino.


Por cierto, Dios y la religión es una constante que encuentro en estos poemas. ¿Crees que esto se deba a tu origen familiar o más bien por ser una de las grandes preocupaciones del hombre?
A ambas cosas. Todos hemos crecido bajo la sombra de Dios, bajo el peso del papel que Dios ha desempeñado históricamente en la vida de los seres humanos. En este sentido, es dable pensar en Dios como en una especie de personaje creado por los seres humanos para que actúe dentro de dicha historia y para que ayude a explicarla. Por otra parte, mi preocupación con Dios o con la idea de Dios se debe también a mi origen familiar. Yo crecí bajo la sombra de dos dioses: el Dios del Pentateuco y el Dios de los Evangelios. Y aunque sabía que éste era una «figura histórica» y lo podía ver con mis propios ojos clavado en la cruz e incluso podía tocarlo con sólo alargar la mano, siempre me pareció más etéreo que el del Pentateuco; es decir, dueño de un papel menos activo y menos directo en la historia de los seres humanos. Por el contrario, el Dios del Pentateuco, cuyo nombre no podía ni debía pronunciarse, ni podía ni debía ser representado en imágenes, me parecía más corpóreo, representando un papel más activo y más decisivo en la historia del pueblo judío. Para mí el de los Evangelios era un Dios celestial y el del Pentateuco un Dios más terreno.

He notado - corrígeme si me equivoco - que un tema que aparece en varios poemas es la incomunicación. Por ejemplo, en «Lección de filosofía»: «Así eran los juegos del lenguaje/ y ya no sería posible alcanzar la esencia de las palabras/ Entonces la filosofía se sentó en una butaca/ y se dedicó a ver películas de cowboys / mientras comía popcorn y los indios caían como moscas» o en «Oración Fúnebre»: «Tu máscara parece reírse de mí. / ¿O me estará diciendo algo? Yo lo he interpretado como la imposibilidad o dificultad de comunicarse entre personas distintas o con el pasado.¿Va por allí tu reflexión?
Sí. Una de las cosas que más me sorprende de nosotros los humanos es la increíble dificultad que tenemos para comunicarnos eficazmente los unos con los otros, pese a que estamos viviendo, según nos aseguran, en la era de las comunicaciones. Sí, varios de los poemas de este libro aluden a la imposibilidad de comunicarse con el pasado, y también con el presente. Incluso se dice que la poesía ha dejado de ser un canal de comunicación entre los humanos –con otros y consigo mismos-, así como una herramienta para descifrar y entender los misterios de la naturaleza y del universo. Por eso en un momento del poema titulado «Lección de poesía», el hablante afirma que «La poesía era la poesía/ y el humano era el humano/ y ocurrió que ya casi nunca se encontraban/ la una con el otro».

La nostalgia, la añoranza por lo perdido, es otro aspecto. ¿Qué es lo que más pesa o inspira los versos cargados de nostalgia? ¿La trayectoria personal o el pasado colectivo, tanto peruano como judío, que llevas a cuestas? Una curiosidad al respecto. ¿Esos poemas al abuelo huaquero están inspirados en la historia familiar verdadera o es sólo una metáfora?Si es lo último, ¿de qué?
En las dos cosas: en mi trayectoria personal, plagada de pequeños exilios, y en mi pasado colectivo -peruano y judío- plagado de grandes exilios. Por eso esa nostalgia, esa añoranza por lo perdido, como la describes tú, me viene de muy lejos, desde antes de salir del Perú. Lo que yo llamo mi primer «exilio» se da a los ocho años cuando dejo mi pueblo natal para pasar a Lima. Y ya en la capital, casi de manera inmediata, se da mi segundo exilio: el «abandono» de mi mundo peruano para ingresar al mundo judío. Luego vienen los continuos cambios de casas y de colegios, para acabar con mi salida definitiva del Perú para recalar primero en Israel, luego en España y finalmente en Nueva York, donde llevo ya 43 años. Ahora bien, la presencia del abuelo huaquero en uno de mis poemas es sólo una metáfora, porque mi abuelo –el abuelo chepenano real- se ganaba la vida como comerciante, y no de huacos precisamente. Entonces esa metáfora me sirve para presentar a mi abuelo como una especie de arqueólogo encargado de desenterrar los restos de mi historia familiar en el Perú y, por consiguiente, de mi historia como peruano.

Al leer tus poemas sobre el desierto me acordé del libro Fin desierto de mi paisano Mario Montalbetti, pero también tenía presente pasajes de la Biblia en este escenario. ¿Qué importó más en ti? ¿La tradición judeocristiana, el paisaje costeño peruano o la imagen literaria?
Básicamente, importó más la imagen literaria, pero fundamentada en la tradición judía y en el paisaje de la costa norte del Perú. Mi pueblo se llama Chepén y está rodeado por el desierto. Chepén, en idioma moche, quiere decir «madre de arena», lo cual te remite inmediatamente a la idea de una suerte de placenta primigenia. Ahora bien, ese desierto chepenano ha perdurado de forma indeleble en mi memoria, y por esas casualidades maravillosas que tiene la vida, de niño me sirvió de referente para vivir más de cerca y con mayor intensidad todos aquellos paisajes que después invadieron mi imaginación y mi realidad como parte de mi cultura judía. Entonces el desierto chepenano se convirtió en el desierto de la Judea bíblica. La verdad es que me hubiese sido mucho más difícil sentir a plenitud el paisaje del Israel bíblico —e incluso del Israel moderno— si no hubiese tenido contacto con el paisaje de Chepén, porque para mí Chepén era como un pueblo sacado de la Biblia.

¿Qué proyectos tienes para el futuro?
Estoy en un trajín de locos: trabajando al mismo tiempo en dos novelas y en un libro de relatos –muchos de ellos son microrrelatos--, que se titula «Del Bien y otras fábulas» y que lo tengo prácticamente terminado. También estoy ampliando el Libro de las transformaciones para una edición que saldrá en italiano y castellano con una editorial de Florencia.

(Ilustración: Tito Piqué - El Peruano)

No hay comentarios.: