Una enorme campaña mediática pareciera intentar convencernos que este año* no hay más aniversario que recordar en el mundo del cine que los 30 años del estreno de la primera película de Star Wars. Curioso, puesto que en el mismo año en que esta epopeya de ciencia ficción se estrenaba – 1977 – uno de los más geniales directores de todos los tiempos daba su última entrega a la pantalla grande.
Me refiero a Ese oscuro objeto del deseo, esa bella despedida de Luis Buñuel del ecran. Seis años después, este provocador profesional dejaba de existir sin volver a filmar más.
Sin embargo, mucha más tinta ha corrido recordando las peripecias de la saga intergaláctica que el adiós del realizador de Viridiana o de El discreto encanto de la burguesía.
No hay que sorprenderse ante este hecho. Las carreras de George Lucas, responsable de La guerra de las galaxias, y de Luis Buñuel no pueden ser de lo más opuestas. Mientras que el español, con cada plano que filmaba, cuestionaba la moral pacata en la que había sido criado; el norteamericano sacó provecho del éxito de su obra máxima para vender franquicias. Ambas actitudes muy respetables, por cierto.
No se puede negar que las dos primeras películas de La guerra de las galaxias tienen reconocibles virtudes, y que estos puntos a favor se mantuvieron en menor medida en la tercera – y por muchos años última – entrega, El regreso del Jedi. Formo parte de una generación que creció con los duelos de espada láser como telón de fondo. Pero el regreso con bombos y platillos de la saga a mediados de los noventa con tres precuelas redundantes desdibujó los recuerdos de mi infancia. Confieso que nunca he sido fan de la originaria trilogía, pero me pareció una traición mercantilista su paso a hexalogía.
El caso de Buñuel es muy distinto. Sus películas cosecharon usualmente críticas de los sectores conservadores. Durante la Guerra Civil española trabajó del lado de la República en contra de la facción fascista. Este pasado de izquierda le causó algunos problemas para asentarse en Estados Unidos una vez concluido el conflicto. Esto sin olvidar que la dictadura de Francisco Franco lo vetó por décadas de filmar en su tierra natal.
La censura española sobre Buñuel durante el régimen dictatorial fue eventualmente levantada en un par de ocasiones, pero causando más de una controversia. Por ejemplo, Viridiana, su primer regreso a su tierra, provocó una enérgica tacha del Vaticano por una escena en la que unos mendigos y ladrones parodiaban el cuadro de la Última Cena de Leonardo Da Vinci.
Las polémicas alrededor de Buñuel podrían ser simples anécdotas sino fuera que su obra marca un hito imprescindible en la historia de la cinematografía. Sus obsesivos planos de pies y retorcidas historias han cautivado a los amantes del sétimo arte desde que en 1928 estrenara junto a Salvador Dalí Un perro andaluz. Pero si nos hemos de guiar por la mercadotecnia, mucho más importante son para la pantalla grande un duelo con espadas láser que una navaja cortando un ojo.
*Hace cuatro años iba a salir publicada esta columna en la sección opinión del diario donde trabajo. Por diversos temas de coyuntura se fue postergando, hasta que se traspapeló y olvidé. Revisando mis textos, la rescaté. Aunque está un poco achori y por allí me quinceo en algún dato, creo que se deja leer.
Me refiero a Ese oscuro objeto del deseo, esa bella despedida de Luis Buñuel del ecran. Seis años después, este provocador profesional dejaba de existir sin volver a filmar más.
Sin embargo, mucha más tinta ha corrido recordando las peripecias de la saga intergaláctica que el adiós del realizador de Viridiana o de El discreto encanto de la burguesía.
No hay que sorprenderse ante este hecho. Las carreras de George Lucas, responsable de La guerra de las galaxias, y de Luis Buñuel no pueden ser de lo más opuestas. Mientras que el español, con cada plano que filmaba, cuestionaba la moral pacata en la que había sido criado; el norteamericano sacó provecho del éxito de su obra máxima para vender franquicias. Ambas actitudes muy respetables, por cierto.
No se puede negar que las dos primeras películas de La guerra de las galaxias tienen reconocibles virtudes, y que estos puntos a favor se mantuvieron en menor medida en la tercera – y por muchos años última – entrega, El regreso del Jedi. Formo parte de una generación que creció con los duelos de espada láser como telón de fondo. Pero el regreso con bombos y platillos de la saga a mediados de los noventa con tres precuelas redundantes desdibujó los recuerdos de mi infancia. Confieso que nunca he sido fan de la originaria trilogía, pero me pareció una traición mercantilista su paso a hexalogía.
El caso de Buñuel es muy distinto. Sus películas cosecharon usualmente críticas de los sectores conservadores. Durante la Guerra Civil española trabajó del lado de la República en contra de la facción fascista. Este pasado de izquierda le causó algunos problemas para asentarse en Estados Unidos una vez concluido el conflicto. Esto sin olvidar que la dictadura de Francisco Franco lo vetó por décadas de filmar en su tierra natal.
La censura española sobre Buñuel durante el régimen dictatorial fue eventualmente levantada en un par de ocasiones, pero causando más de una controversia. Por ejemplo, Viridiana, su primer regreso a su tierra, provocó una enérgica tacha del Vaticano por una escena en la que unos mendigos y ladrones parodiaban el cuadro de la Última Cena de Leonardo Da Vinci.
Las polémicas alrededor de Buñuel podrían ser simples anécdotas sino fuera que su obra marca un hito imprescindible en la historia de la cinematografía. Sus obsesivos planos de pies y retorcidas historias han cautivado a los amantes del sétimo arte desde que en 1928 estrenara junto a Salvador Dalí Un perro andaluz. Pero si nos hemos de guiar por la mercadotecnia, mucho más importante son para la pantalla grande un duelo con espadas láser que una navaja cortando un ojo.
*Hace cuatro años iba a salir publicada esta columna en la sección opinión del diario donde trabajo. Por diversos temas de coyuntura se fue postergando, hasta que se traspapeló y olvidé. Revisando mis textos, la rescaté. Aunque está un poco achori y por allí me quinceo en algún dato, creo que se deja leer.
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