Entrevista. Mirko Lauer publica novela corta Órbitas. Tertulias
- No sé. Podría ser. No es fácil. Yo hice la primera en 1991 y pensé que iba a venir la siguiente en un tiempo razonable y se demoró más. Quizás una tercera no venga.
¿Por qué tanto tiempo entre una y otra?
- Por que no soy un novelista profesional. Cuando la cosa llega, cuando veo que está maduro, cuando hay el tiempo, empiezo a escribir. Me pasé estos años escribiendo pedazos, partes. Y allí es cuando la termino. A veces la miro y pienso que necesita un par de añitos más.
Eso a pesar de que es corta.
- Si, pero no tiene nada que ver, sino al revés. Tengo la impresión que una novela corta es más difícil que una larga. Los que no somos novelistas probablemente no nos atrevemos a hacer las novelas largas. Pero cuando la miro de fuera sí es más complicado. Hay que condensar más.
¿Usted se siente más poeta que narrador?
- Sí, mucho más. Incluso no me siento un narrador. Creo que mis dos novelas están llenos de recursos incluso poco profesionales que tienen que ver más con la poesía. Creo que las novelas breves de la gente de la poesía es casi un género en sí mismo, estos cortos escritos de cierta manera.
¿La prosa de poeta es un defecto o una virtud?
- No sé. Es un rasgo. Yo creo que tiene que ver con la relación con el lenguaje. Yo tenía un amigo, un narrador argentino apellidado Romero, y yo veía admirado como este hombre podía en una noche escribir cuarenta carillas y al día siguiente decir “no, no está bien” y botarlas. Para un poeta desechar cuarenta carillas es un tema serio, digamos. Entonces yo diría que sí, que las novelas de poetas están escritas con mucho menos técnica, con mucho más lenguaje.
En la novela se hace bastantes alusiones a hechos históricos. ¿Hay la intención de buscar otros referentes?
- Lo que sucede es que como está en buena cuenta ambientada y escrita en Cerro Azul, eso es lo que hay, esa historia es así. Cerro Azul está entre una fortaleza, en un puerto donde quedan vestigios de lo que fue en el siglo XIX, con un muelle del año 30, con la celebridad donde se dio la batalla naval más grande de la época colonial – el combate entre la flota española y un corsario. Sí es un lugar muy histórico. Allí está la casa de Unanue, en el valle está la de O’Higgins, frente a mi casa hay un monumento a la llegada de los japoneses. Es algo natural escribir con tantas referencias históricas.
¿Los nuevos balnearios que no tienen mucha historia que contar?
- Por lo que vemos en estos días están construyendo la historia.
Usted tiene ensayos sobre las vanguardias peruanas de principios del siglo XX. En esos mismos años se publican varias novelas de balnearios que su libro hacer recordar.
- Nunca lo había pensado, pero le agradezco mucho porque si podría aceptar que ésta es una novela de balneario. ¿Pensando en La casa de cartón?
No sólo ese libro, sino también Cartas de una turista, Bajo las lilas, y otros.
- Sí, me parece que podría ser un género. Esto ha sido escrito así, efectivamente. Para poner a andar las órbitas en las que se mueve la vida cotidiana de Cerro Azul, desde mi punto de vista, y las tertulias en las que esta vida se reproduce a varios niveles. Entonces sí, es una novela de Cerro Azul, vamos.
Donde se conversa bastante.
- Sí. Tanto así que he tenido que recurrir a diálogos teatrales en algunos casos. Porque es lo que se hace en los balnearios: se conversa y se pasea.
Un hecho que me llamó la atención que el personaje Antofagasta Sáenz consuma cocaína pero se le describa con los achaques de un adicto a la pasta básica.
- Si recuerdo bien, yo hago la alusión que tiene el color de la gente que ha consumido pasta por mucho tiempo, pero sólo aparece consumiendo cocaína. Pero usted ya está en edad que le cuente un secreto. Es posible consumir las dos cosas, incluso en una misma sesión.
A lo que iba es que hace unos veinte o treinta años el consumo de drogas podía tener cierta aura. Ahora se ha perdido la inocencia. Usted describe a un adicto que le falta un ojo, con la piel amarillenta.
- Probablemente estamos en una generación, en relación con los primeros entusiasmos de Timothy Leary y el movimiento hippie, estamos en una generación que ya se pueden ver algunos resultados. En los años 60 la gente afectada por esto no era tan común. Ahora sí. Este es un personaje que ya tiene una edad en la que el efecto de un consumo prolongado se ve. Eso también es un tema histórico.
En una anterior entrevista, usted comentó la posibilidad de presentar su novela en Cerro Azul.
- No, no creo que se haga. Lo dije en un sentido un poco distinto. Que si se presentaba, Cerro Azul era el lugar. Pero tampoco. Yo no soy de presentaciones ni de promover una novela. Yo creo que una de las plagas de Egipto que le ha caído a la literatura es que los autores, una vez que terminan de trabajar en una obra, comienzan a trabajar promoviéndola, vendiéndola, hablando. Entonces, no la voy a presentar. Además ya es un poco tarde a estas alturas.
¿Por el mismo motivo no se ha mandado nota de prensa ni nada?
- Yo no he hecho absolutamente nada. No he repartido a críticos ni nada por el estilo. Entre otras cosas porque una de las cosas es que me gustaría que alguien se encuentre con la novela y se anime a hacer algo con ella, como creo que ha sido su caso. Yo creo que los libros viven una vida propia que no necesariamente es en la mano de los lectores. Creo que es interesante que los libros vivan esta vida propia, que es una forma de relación con la sociedad.
¿Que no es en la mano de los lectores?
- No siempre. Mire el caso de la poesía. El Perú tiene un movimiento grande de poesía. En este momento debe haber 20, 30, 40 poetas jóvenes buenos escribiendo en este país. Sin embargo, si uno ojea el periódico no se enteraría casi. Todo está cubierto por el aparato promocional de las casas editoras. Y sin embargo creo que la poesía goza de muy buena salud y le va muy bien así. Una vez me dijo Julio Ortega “Mirko, en el futuro los escritores dirán llenos de orgullo que sólo tienen cinco lectores”. No hemos llegado todavía hasta allí, pero nos estamos acercando. Yo he escrito este libro para mis amigos, para la gente de Cerro Azul y para quien tiene ojos de ver y se lo encuentren en algún sitio. No más.
¿Quién le ha gustado más traducir?
- Me gusta traducir más poesía. Ese es el gran desafío. Entre las traducciones que más me han gustado está una que hice a medias con mi querido amigo y compadre Enrique Carrión de un texto de unas cien páginas que se llama El carnet del bosque de pinos de Francis Ponge. Eso fue una bonita traducción. También la retraducción del inglés de Un sueño de mansiones rojas, una novela china del siglo XVIII. Esas son las que más me han gustado.
¿Qué planes tiene para el futuro?
- No tengo planes, tengo deseos. En efecto, me gustaría hacer algo más entorno a Cerro Azul y el valle de Cañete, porque me sirven para sacar cosas mías y pasearlas por el paisaje. Pero no es nada fijo. La ventaja de no ser un narrador profesional es que no tiene que entregar nada a nadie.
¿Y en poesía?
- En poesía tengo varios trabajos avanzados sobre dátiles. Estoy avanzando, escribo, hago pruebas. Pero yo hago un tipo de trabajo que no es muy rápido. Entre mi último poemario Tropical cantante y Sobrevivir pasaron años. Y en eso no soy una excepción. Hay quien se toma su tiempo para publicar, otros escriben todo el día.
¿Ahora hay más apresuramiento para publicar?
- No realmente. Es cuestión de estilo personal. Yo veo que en un momento dado José Carlos Irigoyen publica varios poemarios. Laferranderie ha publicado uno y todos esperamos el siguiente. Es muy difícil, sobre todo porque es una actividad de la que no vive la gente. Se le dedica sus mejores momentos, sus ratos de inspiración, que no son muchos si uno tiene que dedicarse a otra cosa. Ahora, si yo viviera de la poesía y me pagaran por escribir, seguramente pararía inspirado todo el día.
¿De dónde saca tiempo para dedicarse a la literatura?
- No sé. Me levanto temprano, me acuesto tarde, aprovecho los intersticios de las horas. Pero parece que no aprovecho mucho tampoco, porque no es una gran producción literaria.
- Por esta obra fue galardonado con el premio Juan Rulfo en el 2005
- Su prosa vuelve a inspirarse en tradicional balneario sureño
- No sé. Podría ser. No es fácil. Yo hice la primera en 1991 y pensé que iba a venir la siguiente en un tiempo razonable y se demoró más. Quizás una tercera no venga.
¿Por qué tanto tiempo entre una y otra?
- Por que no soy un novelista profesional. Cuando la cosa llega, cuando veo que está maduro, cuando hay el tiempo, empiezo a escribir. Me pasé estos años escribiendo pedazos, partes. Y allí es cuando la termino. A veces la miro y pienso que necesita un par de añitos más.
Eso a pesar de que es corta.
- Si, pero no tiene nada que ver, sino al revés. Tengo la impresión que una novela corta es más difícil que una larga. Los que no somos novelistas probablemente no nos atrevemos a hacer las novelas largas. Pero cuando la miro de fuera sí es más complicado. Hay que condensar más.
¿Usted se siente más poeta que narrador?
- Sí, mucho más. Incluso no me siento un narrador. Creo que mis dos novelas están llenos de recursos incluso poco profesionales que tienen que ver más con la poesía. Creo que las novelas breves de la gente de la poesía es casi un género en sí mismo, estos cortos escritos de cierta manera.
¿La prosa de poeta es un defecto o una virtud?
- No sé. Es un rasgo. Yo creo que tiene que ver con la relación con el lenguaje. Yo tenía un amigo, un narrador argentino apellidado Romero, y yo veía admirado como este hombre podía en una noche escribir cuarenta carillas y al día siguiente decir “no, no está bien” y botarlas. Para un poeta desechar cuarenta carillas es un tema serio, digamos. Entonces yo diría que sí, que las novelas de poetas están escritas con mucho menos técnica, con mucho más lenguaje.
En la novela se hace bastantes alusiones a hechos históricos. ¿Hay la intención de buscar otros referentes?
- Lo que sucede es que como está en buena cuenta ambientada y escrita en Cerro Azul, eso es lo que hay, esa historia es así. Cerro Azul está entre una fortaleza, en un puerto donde quedan vestigios de lo que fue en el siglo XIX, con un muelle del año 30, con la celebridad donde se dio la batalla naval más grande de la época colonial – el combate entre la flota española y un corsario. Sí es un lugar muy histórico. Allí está la casa de Unanue, en el valle está la de O’Higgins, frente a mi casa hay un monumento a la llegada de los japoneses. Es algo natural escribir con tantas referencias históricas.
¿Los nuevos balnearios que no tienen mucha historia que contar?
- Por lo que vemos en estos días están construyendo la historia.
Usted tiene ensayos sobre las vanguardias peruanas de principios del siglo XX. En esos mismos años se publican varias novelas de balnearios que su libro hacer recordar.
- Nunca lo había pensado, pero le agradezco mucho porque si podría aceptar que ésta es una novela de balneario. ¿Pensando en La casa de cartón?
No sólo ese libro, sino también Cartas de una turista, Bajo las lilas, y otros.
- Sí, me parece que podría ser un género. Esto ha sido escrito así, efectivamente. Para poner a andar las órbitas en las que se mueve la vida cotidiana de Cerro Azul, desde mi punto de vista, y las tertulias en las que esta vida se reproduce a varios niveles. Entonces sí, es una novela de Cerro Azul, vamos.
Donde se conversa bastante.
- Sí. Tanto así que he tenido que recurrir a diálogos teatrales en algunos casos. Porque es lo que se hace en los balnearios: se conversa y se pasea.
Un hecho que me llamó la atención que el personaje Antofagasta Sáenz consuma cocaína pero se le describa con los achaques de un adicto a la pasta básica.
- Si recuerdo bien, yo hago la alusión que tiene el color de la gente que ha consumido pasta por mucho tiempo, pero sólo aparece consumiendo cocaína. Pero usted ya está en edad que le cuente un secreto. Es posible consumir las dos cosas, incluso en una misma sesión.
A lo que iba es que hace unos veinte o treinta años el consumo de drogas podía tener cierta aura. Ahora se ha perdido la inocencia. Usted describe a un adicto que le falta un ojo, con la piel amarillenta.
- Probablemente estamos en una generación, en relación con los primeros entusiasmos de Timothy Leary y el movimiento hippie, estamos en una generación que ya se pueden ver algunos resultados. En los años 60 la gente afectada por esto no era tan común. Ahora sí. Este es un personaje que ya tiene una edad en la que el efecto de un consumo prolongado se ve. Eso también es un tema histórico.
En una anterior entrevista, usted comentó la posibilidad de presentar su novela en Cerro Azul.
- No, no creo que se haga. Lo dije en un sentido un poco distinto. Que si se presentaba, Cerro Azul era el lugar. Pero tampoco. Yo no soy de presentaciones ni de promover una novela. Yo creo que una de las plagas de Egipto que le ha caído a la literatura es que los autores, una vez que terminan de trabajar en una obra, comienzan a trabajar promoviéndola, vendiéndola, hablando. Entonces, no la voy a presentar. Además ya es un poco tarde a estas alturas.
¿Por el mismo motivo no se ha mandado nota de prensa ni nada?
- Yo no he hecho absolutamente nada. No he repartido a críticos ni nada por el estilo. Entre otras cosas porque una de las cosas es que me gustaría que alguien se encuentre con la novela y se anime a hacer algo con ella, como creo que ha sido su caso. Yo creo que los libros viven una vida propia que no necesariamente es en la mano de los lectores. Creo que es interesante que los libros vivan esta vida propia, que es una forma de relación con la sociedad.
¿Que no es en la mano de los lectores?
- No siempre. Mire el caso de la poesía. El Perú tiene un movimiento grande de poesía. En este momento debe haber 20, 30, 40 poetas jóvenes buenos escribiendo en este país. Sin embargo, si uno ojea el periódico no se enteraría casi. Todo está cubierto por el aparato promocional de las casas editoras. Y sin embargo creo que la poesía goza de muy buena salud y le va muy bien así. Una vez me dijo Julio Ortega “Mirko, en el futuro los escritores dirán llenos de orgullo que sólo tienen cinco lectores”. No hemos llegado todavía hasta allí, pero nos estamos acercando. Yo he escrito este libro para mis amigos, para la gente de Cerro Azul y para quien tiene ojos de ver y se lo encuentren en algún sitio. No más.
¿Quién le ha gustado más traducir?
- Me gusta traducir más poesía. Ese es el gran desafío. Entre las traducciones que más me han gustado está una que hice a medias con mi querido amigo y compadre Enrique Carrión de un texto de unas cien páginas que se llama El carnet del bosque de pinos de Francis Ponge. Eso fue una bonita traducción. También la retraducción del inglés de Un sueño de mansiones rojas, una novela china del siglo XVIII. Esas son las que más me han gustado.
¿Qué planes tiene para el futuro?
- No tengo planes, tengo deseos. En efecto, me gustaría hacer algo más entorno a Cerro Azul y el valle de Cañete, porque me sirven para sacar cosas mías y pasearlas por el paisaje. Pero no es nada fijo. La ventaja de no ser un narrador profesional es que no tiene que entregar nada a nadie.
¿Y en poesía?
- En poesía tengo varios trabajos avanzados sobre dátiles. Estoy avanzando, escribo, hago pruebas. Pero yo hago un tipo de trabajo que no es muy rápido. Entre mi último poemario Tropical cantante y Sobrevivir pasaron años. Y en eso no soy una excepción. Hay quien se toma su tiempo para publicar, otros escriben todo el día.
¿Ahora hay más apresuramiento para publicar?
- No realmente. Es cuestión de estilo personal. Yo veo que en un momento dado José Carlos Irigoyen publica varios poemarios. Laferranderie ha publicado uno y todos esperamos el siguiente. Es muy difícil, sobre todo porque es una actividad de la que no vive la gente. Se le dedica sus mejores momentos, sus ratos de inspiración, que no son muchos si uno tiene que dedicarse a otra cosa. Ahora, si yo viviera de la poesía y me pagaran por escribir, seguramente pararía inspirado todo el día.
¿De dónde saca tiempo para dedicarse a la literatura?
- No sé. Me levanto temprano, me acuesto tarde, aprovecho los intersticios de las horas. Pero parece que no aprovecho mucho tampoco, porque no es una gran producción literaria.
(Foto: Pedro Cárdenas)
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