jueves, julio 08, 2010

Cronista de la ciudad

Acaba de aparecer en librerías Fantasmas del azar, recopilación con los cuentos completos de Fernando Ampuero. Teniendo esta excusa, conversamos con él sobre sus proyectos y el gusto por obras de autores andinos.


Me llama la atención que desde sus primeras publicaciones tenga frases que resumen mucho. ¿Esto lo toma de la novela negra?


- De la novela negra y de la novela existencialista, que son mis dos grandes vertientes. Yo soy un escritor que, como todos los de mi generación, en realidad nacen a fines del siglo XIX. Porque todo lo que leo entre los 10 y 14 años es novela francesa y rusa de esa época. Recién a los quince años entro al siglo XX, con las lecturas de ese siglo: existencialistas franceses, los escritores americanos y la novela latinoamericana. Pero ya me crié con los valores de esa época. Mi primer libro parece un muestrario de estilos, poco a poco fui encontrando mi propia voz.



¿Sirven más las historias sórdidas para retratar la realidad que las que rebosan bondad?


- Claro. Yo tengo un ciclo de novelas que se titula Trilogía callejera de Lima, en la que tengo personajes callejeros como prostitutas, cambistas, etc. Pero en mi compilación de cuentos, verás que los personajes populares son pocos. La mayoría son de estratos medios y altos. Todos los estratos los conozco, porque yo no puedo escribir de algo de lo que no conozco. Eso me lo ha dado el periodismo. Es un vehículo maravilloso que me ha permitido entrar a los callejones y a los grandes salones.



¿Con qué personajes se siente más cómodo? ¿Con los que están más cerca de su clase social?


- Con los dos. Yo soy un demócrata total en cuanto a mis personajes. Tengo que vivirlos. Como que me he pasado conversando con taxistas días de días, o con gente variada. Yo no tengo ninguna discriminación de ningún tipo, salvo con los estúpidos. Le abro los brazos a toda la gente amable e inteligente.



En su novela Miraflores Melody un personaje barajaba la posibilidad de hacer un poemario policial. ¿Fue un proyecto en serio?


- Debes imaginarte. Yo era un chico de 19 años que estaba en el ejercicio de las letras, que ha leído cuatro o cinco libros por semanas, pero que a la vez me interesaba la "vida real". Eran pretensiones juveniles. ¿Quién ha hecho una poesía policial, en la que en el último verso se descubra el asesino? Era una locura divertida que me la tomaba en serio. Tan en serio que se publicó en algunas revistitas universitarias. Una de ellas dirigida por Mario Montalbetti. ¿Dónde estará eso? No lo sé.



Siendo hombre de prensa, ¿en dónde se siente más cómodo? ¿En la novela o el cuento?


- La verdad que para mí, las novelas son como cuentos largos. Mis novelas no pasan de las 200 páginas. Me interesa que quede redondo, que sea clara, la capacidad de síntesis. Yo creo que soy eminentemente un cuentista, que a veces escribe novelas. Voy apuntando a lo eficaz. Por el otro lado, por el periodismo, tengo una vida que no me da tiempo para escribir una gran novela. A pesar que tengo una novela de 600 páginas allí. Para escribir una novela hay que tener una calma y un tiempo interior.



A unos años de la discusión de andinos y criollos, en el que se le asoció con los segundos, ¿qué obras del otro grupo le ha gustado leer?


- A mí me gustaron algunos cuentos de Oscar Colchado. Me pareció el más interesante. Algunos textos de Miguel Gutiérrez, aunque no todos. También Edgardo Rivera Martínez, que me parece un número uno. También hay preferencias. Cuando leí Arguedas, de muy joven, me pareció deslumbrante. Pero me dije "yo nunca podré escribir algo así, porque no he mamado esta cuestión de vivir en la sierra". Hay que saber cómo huele cada rincón para escribir con propiedad.

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