Miguel Littin, cineasta cuya aventura en el Chile de Pinochet retratara García Márquez en un libro, se encuentra en Lima presentando Dawson. Isla 10. En esa cinta se narra la historia de los jerarcas del gobierno de Salvador Allende apresados en una base naval. Lo encontramos leyendo las noticias sobre la muerte de Armando Robles Godoy, colega suyo a quien conocía y admiraba.
¿Qué recuerda de Armando Robles Godoy?
–La última vez que lo vi recitamos “Alturas de Machu Picchu” mientras subíamos a la ciudadela inca. Estábamos con un grupo de cineastas latinoamericanos invitados por el Perú, hace algunos años. Fue muy grato. Fue un referente para la filmografía latinoamericana. Ganó el premio en Moscú, hizo películas de una gran fuerza, muy peruanas y latinoamericanas.
–La última vez que lo vi recitamos “Alturas de Machu Picchu” mientras subíamos a la ciudadela inca. Estábamos con un grupo de cineastas latinoamericanos invitados por el Perú, hace algunos años. Fue muy grato. Fue un referente para la filmografía latinoamericana. Ganó el premio en Moscú, hizo películas de una gran fuerza, muy peruanas y latinoamericanas.
Es una pena que su filmografía no fuera más numerosa.
–El problema es que la gente como Armando Robles Godoy, incluso nuestra generación, sufre de un mismo problema: el público hacia el que deberían ir nuestras películas está capturado por un único cine, el norteamericano. El cine nuestro, que debería de estar en todas las pantallas de América Latina, no llega. Usted dice, un cineasta brillante como Armando Robles Godoy, que debió ser conocido en todo el continente, no lo es. No hay acceso. Si no hubiera sido así, él hubiera hecho muchas más películas. Es una situación que no se ha resuelto. Si no fuera por los festivales, el cine latinoamericano como concepto no existiría.
–El problema es que la gente como Armando Robles Godoy, incluso nuestra generación, sufre de un mismo problema: el público hacia el que deberían ir nuestras películas está capturado por un único cine, el norteamericano. El cine nuestro, que debería de estar en todas las pantallas de América Latina, no llega. Usted dice, un cineasta brillante como Armando Robles Godoy, que debió ser conocido en todo el continente, no lo es. No hay acceso. Si no hubiera sido así, él hubiera hecho muchas más películas. Es una situación que no se ha resuelto. Si no fuera por los festivales, el cine latinoamericano como concepto no existiría.
Ha presentado en el festival Dawson. Isla 10. ¿Cómo surgió este proyecto?
–Fui invitado a la isla por la gente que había estado en prisión, que había vivido esa experiencia. Lo que vi fue conmovedor. Después de siete horas de navegación, la Armada, institución que los había tenido detenidos, se cuadraba y les rendía honores. Sentí que era importante transmitir a las nuevas generaciones esa dignidad que mantenían ellos, incluso cuando recordaban su experiencia en prisión.
–Fui invitado a la isla por la gente que había estado en prisión, que había vivido esa experiencia. Lo que vi fue conmovedor. Después de siete horas de navegación, la Armada, institución que los había tenido detenidos, se cuadraba y les rendía honores. Sentí que era importante transmitir a las nuevas generaciones esa dignidad que mantenían ellos, incluso cuando recordaban su experiencia en prisión.
¿Habrá sido un poco difícil contar la historia de gente que se conoce?
–Sí, es complejo. De pronto uno siente que lo puede limitar. Uno tiene que poner lo que estrictamente se puede comprobar que ocurrió. Esos son los hechos que están en la película. Uno debe respetar la historia de las personas. Sobre todo la de los hombres dignos, porque ellos tampoco lo permiten.
–Sí, es complejo. De pronto uno siente que lo puede limitar. Uno tiene que poner lo que estrictamente se puede comprobar que ocurrió. Esos son los hechos que están en la película. Uno debe respetar la historia de las personas. Sobre todo la de los hombres dignos, porque ellos tampoco lo permiten.
Llama la atención el personaje del sargento que en ocasiones ayuda a los prisioneros. ¿Es real?
–El sargento Figueroa, sí. Es un sargento que se repite en muchas historias de otros prisioneros. Incluso en mi historia personal del setiembre de 1973 me salvó. Pensar que toda la gente que está uniformada está a favor de los golpes es una equivocación muy grande.
–El sargento Figueroa, sí. Es un sargento que se repite en muchas historias de otros prisioneros. Incluso en mi historia personal del setiembre de 1973 me salvó. Pensar que toda la gente que está uniformada está a favor de los golpes es una equivocación muy grande.
¿Cómo fue la experiencia del libro que sobre usted hizo García Márquez?
–Fue muy sencillo. Gabriel, al igual que usted, se sentó frente a mí con una grabadora y yo le contaba cosas. Tiempo después llegó con un libro. Como entrevistador es muy bueno, deja hablar mucho. Conversa. Establece niveles de diálogo que a uno le permiten explayarse con mucha libertad. Además, somos amigos. Siempre es muy grato hablar con alguien que se estima. Además, no pensé que Gabriel iba a hacer eso.
–Fue muy sencillo. Gabriel, al igual que usted, se sentó frente a mí con una grabadora y yo le contaba cosas. Tiempo después llegó con un libro. Como entrevistador es muy bueno, deja hablar mucho. Conversa. Establece niveles de diálogo que a uno le permiten explayarse con mucha libertad. Además, somos amigos. Siempre es muy grato hablar con alguien que se estima. Además, no pensé que Gabriel iba a hacer eso.
(La foto de la escoba fue idea de Miguel Littin. No tiene mucha relación con la entrevista, pero en algún lado debería de dejar constancia de la buena vibra del entrevistado)
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