A pesar de lo poco que publicó, el tiempo no ha hecho más que acrecentar el interés en su obra. De esta opinión es Luis Fernando Chueca, quien apoyara a Josemári en la edición de su poemario y uno de los responsables de que a principios del año pasado viera la luz una segunda edición con otros poemas inéditos.
Para Chueca, la herencia que ha dejado va más allá de lo trágico de su muerte. Indica, por ejemplo, que el desaparecido autor siguió líneas poco exploradas por las letras peruanas, combinando de forma singular lo místico con lo callejero. Además, destaca sus indagaciones sobre lo amazónico y el diálogo con otros colegas, como José María Eguren.
Huella poética
Victoria Guerrero, la otra responsable de la reciente edición de Libro del sol y otros poemas, considera a Josemári como una persona que vivió intensamente, que tenía amigos en los sitios menos pensados.
Fruto de ello es que textos suyos se hallan desperdigados en diferentes manos. Por ejemplo, Chueca conserva una gran cantidad de hojas, algunas escritas a mano, con material no incluido en la primera edición. Una curiosidad es que allí se encuentran fragmentos de una novela corta desconocida.
Pero hay más. El editor Teófilo Gutiérrez tiene en su poder un disquete que le entregó Josemári. Allí se suponía que estaba un poemario llamado tentativamente Delante de los árboles.
Pero un virus hizo perder parte del material y solo se conservan tres poemas que los ha ido difundiendo en honor al amigo.
Sobre lo que se ha publicado considera que son versos deslumbrantes, en los que hay un excelente manejo del lenguaje. Lo recuerda como un joven inquieto que caminaba por muchos sitios.
Curiosamente, su gusto por desplazarse de un lugar a otro de la ciudad es un rasgo que muchos –me incluyo– tienen presente al momento de pensar en Josemári. Por ejemplo, el poeta Miguel Ildefonso escribió hace poco en su recuento de los 90 que recuerda al poeta "caminando en la madrugada por Tacora, siguiendo al grupo Neón, que nos íbamos a La Victoria, a continuar la juerga".
Ildefonso añade que "era urbano, de Magdalena, amante de la poesía de Eguren, que conoció el ayahuasca de la selva, y a través de aquel brebaje chamánico se internó a otra dimensión más pura".
Por mi parte, también tengo de Josemári Recalde la imagen de un amante de la ciudad, capaz de saber el nombre de las plantas con las que se cruzaba.
También contaba anécdotas –reales o inventadas con ingenio– sobre diversos rincones de Lima. Para este artículo busqué unas fotos suyas con –decía– "el pino más antiguo de la capital", ubicado en una antigua hacienda en Surco. Esa imagen se ha extraviado en alguna mudanza. Lo que permanece son versos, como los que aquí rescatamos.
Inédito*
calles más tristes
en las que me siento más solo que nada y que la nada
yo solía producir una música transfigurada unas veces y otras
[estridente
hoy intento disfrutar de la tarde que el cuerpo mira con la mirada
[larga entre sus refracciones
que el cuerpo mira en la esquina que fue de efluvios
que el cuerpo mira traspasado de corrientes
calles más tristes
en las que me siento más solo que nada y que la nada
yo solía producir una música transfigurada unas veces y otras
[estridente
hoy intento disfrutar de la tarde que el cuerpo mira con la mirada
[larga entre sus refracciones
que el cuerpo mira en la esquina que fue de efluvios
que el cuerpo mira traspasado de corrientes
*Fragmento conservado por Luis Fernando Chueca
Otros enlaces
Testimonio de Fernando Cataño
Testimonio de Ofelia Huamanchumo
Inédito difundido por Teófilo Gutiérrez
Foto: Cortesía de Ofelia Huamanchumo
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