Un referente del teatro en el Perú desde los años 70, Oswaldo Cattone nos habla sobre sus anhelos y su manera de entender las artes escénicas.
Muchos de los jóvenes parte del boom teatral actual lo nombran a usted como su inspiración.
- Es que la mayoría de ellos se formaron acá. El otro día, me contaba Alberto Servat que para él es inolvidable la puesta de El diluvio que viene. Juan Carlos Fisher, David Carrillo, Ricardo Moran. Todos los directores nuevos que están sonando con justicia, porque son muy talentosos, se inspiraron un poco en mi trabajo. Cuando llegué a Lima en el año 73 teatralmente era un desierto árido con pocas posibilidades de fructificar. Marqué un tiempo, un espacio, un ritmo. En los años 80 yo sufría mucho porque la inteligencia barranquina, la que se reunía en un café a criticar, criticaba mi trabajo porque era frívolo pero no hacía nada. Pero si ves la cartelera ahora verás que prima la comedia. Han comprendido que para tener continuidad se necesita público.
¿Cómo lo encuentra al Marsano este boom del teatro?
- Igual. Cattone tiene un público todavía. No es que surgieron nuevos espectáculos y me olvidaron a mí. Yo creo que tener una trayectoria seria como la mía, también implica que se conquista un público. Hay gente que viene de lo que de, que consume Marsano. Hay un público que viene a ver qué hace Cattone, sin ser una estrella de televisión.
¿Qué obra le hubiera gustado montar? Supongo que la responsabilidad económica de un teatro lo limita
- Ese es el problema. Es que yo, lo que me sostiene es el público. No tengo un banco detrás. Yo me financio mis propias obras. Me compré con Annie dos departamentos y los he tenido que vender para hacer Art, porque el público no la quiso ver. El costo del teatro cuando no viene gente es el mismo. Tengo a 36 personas de planta, aparte de los actores de turno. Para mantener este barco, hay que hacer ciertas obras que tenga cierta resonancia pública.
¿Por qué ya no continúa esa experiencia del teatro paralelo al Marsano, con otro tipo de teatro?
- No me resultó. Hubiera funcionado si separaba las salas. Las voces se filtraban. No me rindió económicamente como para mantener otra sala.
Deseos y contratiempos
¿Qué tiene pendiente hacer?
- Yo ya voy a cumplir 80 años, un hombre mayor. No tengo muchas ilusiones. Yo he hecho mucho en el teatro, no sólo en el Perú sino también en Italia y Argentina. Una obra que me encantaría hacer es La tempestad de Shakespeare. Pero le tengo mucho miedo a que la gente no me acompañe. Si no lo hace, no tengo dinero para enfrentar el agujero que eso significaría. No sé si algún día consiga un millonario o un banco que me apoye. Pero arriesgar mi plata en el umbral de mi vejez. No tengo esa valentía que se tiene a los 20 años.
Coménteme de sus fracasos
- Yo cuando he hecho una obra ha sido porque me ha encantado al verla. A veces me he enamorado al verla en Buenos Aires o Nueva York al verla con otros actores. Pero de pronto, no interesaba al público limeño. Hay un slogan en el teatro que me parece que es injusto pero hay que respetar: la vida es demasiado triste como para ir a ver una tragedia. Yo no creo que sea triste, es un regalo de la naturaleza. Conlleva momentos buenos y malos. Cuando lo he intentado en mi teatro, no me ha ido bien.
¿De sus fracasos cuál es el que le tiene más cariño?
- Yo hice una vez una obra sobre el sida que se llama Algo en común de Harvey Fierstein. Tocaba un tema muy curioso, la historia de una pareja homosexual. La mujer del muerto – el personaje había tenido una vida heterosexual – venía a recriminarle. En Nueva York fue un éxito. En Buenos Aires la hizo Ricardo Darín. En Lima no vino nadie.
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