domingo, febrero 12, 2012

Soundtrack viajero


O la relación entre Voz Propia y un paisaje asiático

Una de mis manías, de mis tantas manías, es asociar los lugares que visito con alguna canción o grupo. Estar, en la mayoría de las ocasiones, parapetado entre dos auriculares, ajeno al ruido exterior, me permite fantasear que lo que ocurre delante de mis ojos es una especie de video clip aún en bruto. Tal vez no sea lo más fino e indicado viajar con los audífonos pegados, pero así lo hago muchas veces, y me siento bien.

Me pasó hace una década, cuando luego de unos cambalaches conseguí pasaje con descuento para estudiante europeo (y supongo que chalaco) para  ir a París. En ese entonces estaba viviendo y estudiando en Bilbao – la mejor ciudad europea por mucho, desde mi subjetivo punto de vista – desde cuyo centro de operaciones hice una que otra excursión como ésta. Recuerdo que, mientras esperaba el tren en una estación del lado francés del País Vasco, sonó en mi fiel walkman esa de “En Francia hay un París y en él se rinde culto al dios Amor…”. Sonó como una epifanía.

En esos tiempos en que mi vida sonora lo regían los casets, a ese en particular lo llegué a estudiar de tal forma que sabía con precisión qué canción (y en qué estribillo de la misma) del otro lado de la cinta debía dar vuelta a la cinta para volver a escuchar a “El Parisién”. Llegué a discernir, con sólo ver la cantidad de cinta magnetofónica en cada carrete cuánto faltaba para llegar a ese tema, y premunido de un lapicero, adelantar manualmente el caset de marras hasta el lugar deseado (1). Tal fue mi preparación, que al llegar a la Ciudad Luz escuché, como era de esperarse, eso de “En el salón, en el salón / En el café, en el café / cuando se oyen las notas de un vals, / al parisién ahí se le ve / seguir el ritmo con voluptuosidad”. Vi, en mi visita, infinidad de turistas, muchos inmigrantes de países árabes, incluso a simpáticos parisinos. Pero nunca encontré a, digamos, algún parisién. Sin embargo, la capital francesa tendrá para mí el ritmo de los Troveros Criollos entonando un himno al quimérico Parisién.




Una situación parecida me sucedió cuando visité Hamburgo, también colándome como estudiante europeo chalaco en alguna promoción de tren. Allí el tema era Nostalgia chalaca. Para la anécdota contaré que, aprovechando que nadie entendía ni jota de lo que hablaba, me la pasaba canturreando a regular volumen eso de “Noche chalaca de luna majestuosa / ausente y lejos te veo siempre hermosa…” con la cuerda idea de no olvidarme cómo sonaba mi voz.




Por esas épocas, siempre desde Bilbao, pude irme también a Galicia. Estando en Santiago de Compostela, descubrí en Internet que había un pueblo gallego, pero bien metido, que lo habían bautizado con mi apellido. No lo pensé mucho y me embarqué hacia allí. Tren, bus, taxi, caminata, etc. hasta dar con esa aldea. El tema que asocié con esa travesía fue Galicia Canibal, tema de Os resentidos interpretados por la gloria local – y del mundo mundial – Siniestro Total. Y, siendo honestos, con cada kilómetro que me introducía en esa Galicia lejos de la zona turística, cada vez más verde el paisaje, el temita éste adquiría mayor sentido.




El bendito pueblo de Carlín era tan rebuscado que en cada ocasión en que preguntaba por las referencias para llegar a él, el interlocutor de turno me decía lo mismo: “Para qué quieres ir allí”. Al revelarles el motivo de mi viaje, que Carlín era mi apellido, todos, toditos, a quienes consulté por ayuda me retrucaron igual: se les iluminaba el rostro, y como si percibieran algo que ni mi marcado acento y ni mi piel morena les permitían saber sin dudas, me preguntaban “Eres latinoamericano, ¿verdad?”. Días después, un compañero de estudios gallego me tradujo la letra. Y sí, pues, “Galicia Canibal de Monforte a Nepal…”




Años después, ya trabajando para el diario El Peruano, tuve la suerte de ir de comisión a Huamanga. Allí recibimos, mi compañero de viaje Norman Córdova y yo, el apoyo de la oficina del INC en la zona para ver diversos sitios arqueológicos durante unos días. Nos atendieron muy bien, a pesar que nuestra excursión había tenido al inicio otros fines. La última jornada fuimos a Vilcashuamán, sitio a unas horas de la capital ayacuchana. El camino es bien pesado. De varias curvas de subida y bajada. Sin embargo, la vista era alucinante. Allí estaba sin audífono alguno, por respeto a mis acompañantes. En ese trayecto de algunas horas escuchamos un caset, una y otra vez. El que impartía su dictadura musical, por decirlo de cierta forma, era el chofer de la camioneta, “como corresponde” gatillaría más de uno. La cantante que escuché de forma tan obsesiva no lo hacía nada mal. Era Rosita de Espinar, una cantante folklórica.




Yo, lo confieso, no he investigado mucho esta corriente ni me es habitual que la escuche. No obstante, no es impedimento para reconocer que Rosita de Espinar tiene un encanto particular. Un amigo más involucrado en este género, me aseguró que era una de esas divas de éxito asegurado, que apenas empieza a cantar, se acaban las cajas de cerveza. Apreciando el paisaje ayacuchano, teniendo en el oído el ritmo de esta cusqueña, a pesar de ser abstemio por casi una década, no podía más que comprender la razón de tanta sed musical. Qué bien encajaba esa música con el panorama. Muy buena elección la del chofer. “A mi corazón le debes 2500 suspiros… si alguna vez le pagas muéstrame tu recibo…”




“Cruel ansiedad que domina el aire”
Y así, después de esta cháchara nostálgico musical, llegamos al tema que motivó este post. Si revisamos mis anteriores experiencias, alguna excusa tenía para pegarme a cada grupo, a cada tema. Pertenecían, de cierta forma, al tipo de experiencia que estaba teniendo. Criollos cantándole al París de su imaginación, chalacos glorificando la nostalgia al terruño, gallegos describiendo con ironía su patria chica, una cantante cultivando los ritmos andinos.

Pero qué habrá sido de mis chips internos, algún cortocircuito que aún no he podido solucionar, que durante mi reciente visita a Taiwan, tuve entre ceja y ceja los temas de un grupo peruano: Voz Propia. Es verdad, no pude sacarlos de mi mente.  “Te veo corriendo a través de océanos y estás tan feliz / pienso para qué vivir sino está en ti ni en mí”.  Definitivamente no es el tema más alegre para emprender una excursión. Intenté cabecear mi obsesión con temas de Pestaña, pero no dio un resultado muy prolongado.




Cuando era mocoso  recuerdo haberme pegado mal a “Fiestas negras”.  Ahora, mi abanico de pegada era más amplio. Y no tenía relación con el viaje. Acompañado de buenos colegas, amables guías, apreciando muy bonitos lugares…  Quisiera lanzar alguna explicación al azar, ensayar alguna razón que sonara bien. Tal vez decir que a pesar de la distancia, seguía atrapado por el filin, digamos que depresivo festivo, que da Lima. Por algo, uno de los temas que más repetía cual mantra era el dedicado a “Tu ciudad, pura soledad, tu ciudad, espectros que no tienen lugar…”. Ojo, una de sus frases la uso ahora de intertítulo.

Pero no. En verdad fue un viaje provechoso. No  solo por conocer un bello país, distinto en algunas cosas al nuestro y similar en otras. Sino también por acercarme a otras experiencias, con tantos lazos con las mías. Conversar con entrañables amistades que lastimosamente lo más probable nunca vuelva a ver, en el malecón de un río del que no tomé nota su nombre, es algo que atesoraré siempre con mucho cariño de este periplo. Al final, unos escapan de la vorágine con meditación, y otros esperando el próximo gol del Boys, y así nos va. Y en conclusión, una buena canción, puede ser verdad o puede ser mentira sin importar en qué latitud te encuentres.



Una última acotación. En una de las últimas jornadas, pregunté a una de las anfitrionas por grupos de rock locales. Me recomendó los dos que pongo a continuación. Están bien, según mi gusto. Tal vez les sirva a alguien en un viaje a Taiwan o a cualquier otro lugar.


Tizzy Bac





Y Fire Ex



(   (1)    Toda esta explicación sonará a chino para quienes han nacido en la época del mp3. Pobres. No saben lo que significaba ser moderno en la era del caset

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