jueves, diciembre 02, 2010

Un Nobel entre nosotros

Unas horas antes que se anunciara el premio Nobel a Mario Vargas Llosa pocos en el Perú estaban atentos a este galardón de la Academia Sueca. Tantos años teniendo a nuestro escritor más internacional en el bolo nos habían vuelto escépticos, un poco más de lo normal. Incluido entre estos escépticos, claro, al autor de La tía Julia y el escribidor. Pero no hay plazo que no se cumpla. Y henos aquí, con un Nobel que salió de esta tierra.

En realidad, esta distinción no hace más que confirmar lo que nosotros, sus lectores, ya sabíamos desde que nos topamos con sus libros por primera vez. Tanto así que autores como Javier Cercas comentaban que la noticia no era que le dieran el Nobel al narrador arequipeño, sino que recién se lo den. Si, por capricho del azar, Vargas Llosa nunca hubiera recibido esa llamada madrugadora desde Estocolmo en el que le informaban del premio, su lugar en la literatura en español y universal igual ya estaba asegurado. No faltará quien diga que no necesitaba del premio para estar a la derecha de Jorge Luis Borges, paradigma del escritor postergado por la Academia Sueca.


Ahora que la atención del mundo editorial está posada en sus obras no podemos más que alegrarnos. No sólo porque sea nuestro compatriota, al fin y al cabo un hecho involuntario. Sino más bien porque otros lectores conocerán esas historias surgidas de su imaginación. Seamos realistas. En otras latitudes, o quizás entre nosotros, los hispanohablantes, muchas personas no se han acercado aún a sus libros pero lo harán motivados por el Nobel. Incluso es de esperar que sus obras de teatro, un rubro al que Vargas Llosa le tiene singular cariño, sean repuestas o estrenadas en el Perú y en el extranjero.


En las semanas que han pasado desde que se dio la noticia, mucha tinta ha corrido analizando, espulgando, escarbando, cada una de las aristas de la vida y obra del novelista. Como es obvio, unos en contra, los más a favor. Pero más allá de quién tenga razón, lo que está fuera de discusión es su importancia.
No todas sus opiniones y acciones irán a misa. Es tan activo a los 74 años y se mete en tantos temas que es casi imposible que todo lo que venga de él sea de nuestro agrado. A mí, en particular, no me pareció pertinente su incursión en la última campaña electoral chilena. Diferencias que, tengo la impresión, la mayoría está dispuesta a perdonarle como quien perdona a un familiar mayor. Y, dicho sea de paso, quienes no le disculpan sus discrepancias, lo hacen con ese ánimo poco tolerante que se tiene con un ser cercano que nos ha defraudado. Pero equivocado o no, no se discute que cuanto hace y dice genera una batahola alrededor.

Quiero creer que dentro de las continuas turbulencias que generan sus declaraciones, lo más importante son las ganas de leer que le deja a la gente. Recuerdo, en años pasados, cuando él reflexionaba sobre su derrota electoral, que él veía como un favor porque había regresado a escribir y a leer. De entre sus declaraciones se sentía verdadera pasión por la lectura, que intuyo ha sido contagiosa para muchos.

Y algo de eso hay. Por ejemplo, en varios cables de prensa se ha informado que se han disparado las compras de sus libros, una noticia esperable después de recibir el Nobel. Pero además, otros autores también se han beneficiado de forma inesperada. Uno es Gustave Flaubert, a quien dedicara un ensayo hace unas décadas. Otro, Alejo Carpentier. Éste último es el autor del libro que estaba leyendo Vargas Llosa al momento de recibir la notica – El reino de este mundo. A mí me tocó ver y reportar ese singular jale en la Feria del Libro Ricardo Palma. Hace un tiempo, al recibir el Cervantes, en su discurso se explayó por su cariño a diversos autores como Kafka. Apuesto que al escucharlo no menos de uno se habrá antojado de leer El proceso y demás obras del escritor checo.

Tanto tiempo reclamando el premio para Vargas Llosa nos ha dejado un poco en offside a todos. ¿Y ahora qué? Una broma que he compartido con otros periodistas peruanos que cubren temas culturales es que a partir de ahora los meses de octubre la pasaremos más tranquilos, sin esa tensión propia de quién espera la llamada de la Academia Sueca. Tal vez nos queda seguirle el juego. Leer lo que recomiende, así no se dé cuenta que lo está haciendo, y formarnos nuestra propia opinión. Y en especial, llevarle la contra cuando creamos que está equivocado. Al fin y al cabo, como decíamos hace varias líneas atrás, el premio Nobel no hace más que confirmarnos un hecho que sus lectores ya sabíamos desde hace un buen tiempo: que Mario Vargas Llosa es ese familiar de mayor edad cuyo mayor placer es introducirnos en el vicio de la lectura.
Otros enlaces
(Texto publicado en el reciente boletín de la Casa Museo José Carlos Mariátegui)

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