Lo universal y el sabor nacional
Hoy, el crítico y dramaturgo Alonso Alegría, en su columna de un diario local (1)describe la irrupción de lo que él describe como “un teatro peruano que no es peruanista”. Aunque no lo dice, intuyo que por peruanista quiere decir anclado fuertemente por su contenido a nuestro país, sus costumbres y problemas. El intelectual compara el momento actual con lo que sucedía hace cuarenta años cuando escribió “El cruce sobre el Niágara”, en el que, de acuerdo a sus recuerdos, por un concenso programático se cuestionaba cualquier obra que no se inspirara y transpirara temas peruanos.
No voy a discutir las apreciaciones que da Alegría sobre la escena teatral peruana en los años 60, pues es obvio que él la conoce mucho mejor que yo. Sin embargo, lo que dice del momento actual no me convence del todo.
Lo primero que me hace dudar de su afirmación es la metodología que ha seguido para llegar a su conclusión. Se basa en unas cuantas obras de teatro estrenadas en el 2008. Señala que todos los dramaturgos peruanos que han estrenado este año lo hacen con obras que se escapan de lo peruano, supongo que en un sentido costumbrista de ser peruano. La única obra que concede que trata temas peruanos – El último ensayo de Yuyachkani– la descarta por ser creación colectiva. Creo que tomar tan pocos meses para considerar una tendencia es un poco apresurado. Además, me parece que se le está escapando considerar algunas obras de temas peruanos escrita por peruanos.
No podría ser más “peruana” – incluso más “barranquina” – una obra como “Titina” de Yerovi, inexistente en el recuento de Alegría. Dentro de poco Cuatrotablas presenta una nueva obra que también es, por lo que anuncian, “peruanista” en varios sentidos.
Pero incluso revisando algunas de las obras que da Alegría para sustentar su posición, queda la duda de si es correcto de calificar a la escena actual de más “universal” que “peruanista”.
Sobre Efímero no voy a hablar, pues todavía no he tenido oportunidad de ir a verla. Sin embargo, habría que apuntar que la anterior obra de de Althaus, Ruido, con sus coche bomba, apagones y referencias a la movida subte, era “peruanista” desde cualquier punto de vista.
No vamos a discutir tampoco una excelente obra como Naturaleza muerta que coincide con lo que el columnista afirma, una historia que podría suceder en cualquier parte del mundo occidental sin ningún problema. Es más, no tiene ni necesita ninguna referencia al Perú para funcionar.
También podría ir por el mismo camino Il Duce, una reflexión sobre la devoción borrega al poder a través de la figura de Mussolini. Aunque, claro, podríamos ver en esta historia un comentario sobre las dictaduras que hemos padecido – como la de la cleptocracia bicéfala actualmente tras las rejas –y la sarta de adulones que las rodean, pero eso es rizar el rizo un poco.
Pero Los números seis es un caso distinto. La nacionalidad del autor, Gino Luque, no es un dato más, intrascendente, para la comprensión de la obra. La venganza que alimenta una demente escalada de violencia, descrita en dicha obra, adquiere un mayor significado si tenemos presente la historia reciente de nuestro país. Se me podría objetar que no es “peruanista” por no ser un acercamiento costumbrista, cuasi sociológico, de lo peruano. Puede ser, pero tengo mis reservas.
Pero si ante la obra Los número seis se podía alegar que no se necesitaba saber nada del Perú para disfrutarla – aunque en el camino se perdieran algunos matices importantes – éste no es el caso de No pasa nada. Puede que las canciones de rock y el estilo videoclip de la pieza puedan hacer pensar en que es un ejemplo claro, evidente, de lo “universal” - ¿o tal vez “occidental”? – en nuestro teatro. Sin embargo, si miramos un poco con atención, nos daremos cuenta que es una obra muy peruana y me animaría a decir que hasta costumbrista. Digamos que neocostumbrista y con afán de experimentación, conceptos que no se contradicen necesariamente.
Aunque no se perciba a primera vista, tiene más de una similitud con la obra “El último ensayo” de Yuyachkani. Por ejemplo, el afán de describir desde dentro una puesta en escena. Otro punto, es el interés por retratar una sensibilidades típicas de nuestro país. Los protagonistas de No pasa nada son por necesidad clasemedieros peruanos. Presumo que sus diálogos, con tantos peruanismos y quizás uno que otro limeñismo, sonarán extraños a oídos de extranjeros con poca disposición. Por último, me gustaría ver al público escandinavo, mexicano, francés, el que sea, tratando de descifrar esas inolvidables líneas en la que los protagonistas discuten sobre el chocolate Princesa.
Sin embargo, quiero puntualizar que Alegría dice un par de cosas que no puedo más que darle la razón. “La peruanidad es algo que se respira y se trasluce sin querer. Y que comienza, por supuesto, con la calidad”, dice por ejemplo y es cierto. No se necesita vestir ropa típica ni entonar nuestros ritmos para ser peruano. Pero habría que tener cuidado con oponer peruanidad con universal o con calidad. Una obra de Vargas Llosa, por hablar de nuestro escritor más conocido, no deja de ser peruana por ser universal ni viceversa. Puede que el teatro peruano reciente tenga alguna tendencia a prescindir del sabor local – no lo sé, no lo podría afirmar, no es mi parecer – pero eso no significa que deje de ser “peruanista”, o que el factor “Perú” haya perdido hasta lo insignificante su peso. Al menos no ha dejado de ser “peruanista” de forma tan tajante como lo asegura Alegría.
(1) Perú 21 del 5 de octubre de 2008.
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